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Patéticos y peligrosos / The GOP’s pathetic and dangerous game

Por Maribel Hastings | WASHINGTON, DC

El espectáculo del Partido Republicano solapando las mentiras del presidente Donald Trump de que “ganó” la reelección y de que es víctima de “fraude electoral” ya pasó de castaño a oscuro.

Una cosa es que se anticipara que Trump no mostraría un ápice de gracia ni decencia, ni mucho menos que reconociera que perdió la reelección en buena lid. Pero otra muy diferente es que para no caer de la gracia del “líder” del Partido Republicano y de los 71 millones que votaron por él, el liderazgo republicano mienta asquerosamente y pisotee los procesos, dando credibilidad a falsedades y, de paso, ignorando a la mayo­ría que eligió a Joe Biden en el Colegio Electoral.

Esto no es un chiste. Es sumamente peligroso. En los más de 30 años que llevo viviendo en este país jamás pensé atestiguar este peligroso juego republicano de minar la propia democracia que tanto dicen defender, y tratar de literalmente robarse una elección a plena luz del día argumentando “fraudes” a gran escala; fraudes de los que, por supuesto, no tienen pruebas porque no existen, además de tratar de hacernos creer que los triunfos del demócrata Joe Biden en el Colegio Electoral son producto de nuestra imaginación y de “trampa”. Es peligroso que un partido quiera enlodar el proceso electoral de este modo creando la falsa percepción de que, en efecto, hubo “fraude sustancial”, solo para masajear el ego de Trump y evitarle que reconozca que perdió.

Que el Partido Repu­bli­cano haya caído tan bajo da vergüenza ajena. Que antepongan sus intereses políticos a las tradiciones electorales de esta nación minando la credibilidad del proceso electoral es asqueante. El líder de la ma­yo­ría republicana del Senado, Mitch McConnell, solo desea mantener la mayoría garantizando que las dos contiendas de Georgia que van a una segunda vuelta en enero queden en manos de sus titulares republicanos. Quiere que Trump llame a sus huestes a garantizar esa mayoría; de ahí que diga que Trump tiene derecho a pedir que los tribunales diluciden “irregularidades” que en el caso de Georgia no existen, según el propio Secretario de Estado que, por cierto, es republicano. Como tampoco existen en ningún otro de los estados.

A McConnell se le suma el Secretario de Justicia, Bill Barr, quien como lacayo de Trump alteró una regla tradicional para que los secretarios de Estado puedan investigar irregularidades, algo que hasta ahora se hacía tras certificarse las contiendas. Pero para agradar a Trump se permite desde antes de la certificación. Porque en este caso no hay fraude que amerite investigación alguna. Se autorizan investigaciones para tratar de fabricar una narrativa que le convenga a Trump.

Después está el Secre­tario de Estado, Mike Pompeo, otro lacayo de Trump con aspiraciones presidenciales propias, que se atrevió a decir en una rueda de prensa que habrá una transición pacífica “a un segundo mandato de Trump”.

Y en el Congreso, con excepción de un puñado de republicanos que pueden contarse con los dedos de una mano, ninguno ha reconocido el triun­fo de Biden.

Hace rato que quedó demostrado el culto a Trump, no solo de parte de sus seguidores, sino de los habilitadores republicanos que lo han usado para impulsar su agenda y llenar la judicatura y Corte Suprema con jueces conservadores.

Y si para mantener el poder tienen que besar el anillo de Trump y pisotear la Constitución y la volun­tad de la mayoría que eligió la fórmula Biden-Harris, han demostrado que nos les tiembla la mano para hacerlo.

La pregunta es hasta cuándo durará el hechizo de Trump sobre el Partido Republicano, porque los verdaderos conservadores, los que respetan la Constitución y las normas, ya no tienen cabida en este partido. Trump y los republi­canos que lo solapan son patéticos y peligrosos.

(America’s Voice)

Mitch McConnell (I) líder de la ma­yo­ría republicana del Senado y Mike Pompeo, Secre­tario de Estado

The GOP’s pathetic and dangerous game

By Maribel Hastings | WASHINGTON, DC

The spectacle of the Republican Party spreading the lies of President Donald Trump that he “won” reelection and that he is a victim of “electoral fraud” has become truly dark.

It is one thing to anticipate that Trump would not show an iota of grace or decency, let alone admit that he lost reelection fair and square. But quite another is that in order not to fall from the grace of the “leader” of the Republican Party and the 71 million who voted for him, the Republican leadership lies disgustingly and tramples the processes, giving credibility to falsehoods and, incidentally, ignoring the majority who elected Joe Biden,
This is not a joke. It is extremely dangerous.

In the more than 30 years that I have been living in this country, I never thought I would witness this dangerous republican game of undermining the very democracy that they claim to defend so much, and trying to literally steal an election in broad daylight by arguing “fraud” on a large scale; frauds of which, of course, they do not have proof because they do not exist, in addition to trying to make us believe that the triumphs of Democrat Joe Biden in the Electoral College are the product of our imagination and a “trap.” It is dangerous for a party to want to muddy the electoral process in this way by creating the false perception that there was, in effect, “substantial fraud,” only to massage Trump’s ego and prevent him from acknowledging that he lost.

That the Republican Party has fallen so low is embarrassing. That they put their political interests before the electoral traditions of this nation undermining the credibility of the electoral process is disgusting. Senate Republican Majority Leader Mitch McConnell wants only to maintain the majority by ensuring that the two Georgia races that go into a runoff in January go to their Republican incumbents. He wants Trump to call on his hosts to guarantee that majority; Hence, he says that Trump has the right to ask the courts to elucidate “irregularities” that in the case of Georgia do not exist, according to the Secretary of State himself, who, by the way, is a Republican. Nor do they exist in any other state.

McConnell is joined by the Secretary of Justice, Bill Barr, who as Trump’s lackey altered a traditional rule so that secretaries of state can investigate irregularities, something that until now was done after the contests were certified. But to please Trump it is allowed before certification. Because in this case there is no fraud that warrants any investigation. Investigations are authorized to try to fabricate a narrative that suits Trump.

Then there is the Secretary of State, Mike Pompeo, another Trump lackey with presidential aspirations of his own, who dared to say at a press conference that there will be a peaceful transition “to a second Trump term.”

And in Congress, with the exception of a handful of Republicans who can be counted on the fingers of one hand, none have acknowledged Biden’s triumph.

The cult of Trump has long been demonstrated, not only by his followers, but also by Republican enablers who have used him to advance their agenda and fill the judiciary and Supreme Court with conservative justices.

And if to maintain power they have to kiss Trump’s ring and trample on the Constitution and the will of the majority that chose the Biden-Harris ticket, they have proven eager to do so.

The question is how long Trump’s spell on the Republican Party will last, because true conservatives, those who respect the Constitution and the rules, no longer have a place in this party. Trump and the Republicans who enable him are pathetic and dangerous. (America’s Voice)