Indocumentados siempre en guardia / Undocumented immigrants always on guard
BY DAVID TORRES
Sin respuesta aún sobre el futuro de su situación migratoria, pero con la mirada fija en sus prioridades personales y familiares, los inmigrantes indocumentados vuelven a ponerse en guardia. Esta vez para agregar su granito de arena a fin de mantener viva y alimentada a la sociedad estadounidense, ante la eventualidad de que se propague la nueva variante del Covid-19, denominada ómicron.
En efecto, mientras la asesora legal del Senado pareciera jugar con su decisión manteniendo en ascuas a cientos de miles de familias con un veredicto que ha sido negativo en dos ocasiones anteriores —como si se tratara de un ejercicio de poder impune al estilo de la Antigua Roma y reducido a un dedo pulgar hacia abajo—, esos millones de indocumentados son conscientes ya de lo que tienen que hacer para, una vez más, salvar junto con otros a una población que aún no los mira como uno de los suyos.
Ya sea el campesino en California, Florida o Georgia; o el personal de enfermería de un hospital, entre cuyos miembros hay Dreamers y beneficiarios de TPS; o los empleados de una tienda de productos básicos; o el repartidor de comida que no puede aspirar a más por el momento porque carece de documentos, todos ellos están dispuestos a continuar luchando contra viento y marea en el terrible contexto de esta pandemia que parece interminable.
Contagiados también algunos de ellos debido a su labor ininterrumpida, o fallecidos algunos otros por la misma razón, han sido parte del nuevo tejido social estadounidense que, por más que los antiinmigrantes quieran invisibilizar, su indispensable presencia es ya ineludible, su fuerza laboral inquebrantable y su voz cada vez más determinante.
Y a pesar de que sus expectativas de lograr un prometido beneficio migratorio son en este momento honestamente bajas, no es excusa para no seguir dando todo de sí en el momento en que más necesita Estados Unidos de ellos, sobre todo cuando más de la mayor parte de su población ha decidido no aplicarse la vacuna contra el Covid-19, poniendo en riesgo incluso a los ya vacunados. De hecho, a esta etapa de la evolución del coronavirus se le llama, como todos sabemos, “la pandemia de los no vacunados”.
Es decir, no se sabe exactamente qué hace falta en la conciencia de la Parlamentaria, o de la clase política estadounidense —tanto republicana como demócrata—, o de los más recalcitrantes racistas de esta nación para darse cuenta de que los inmigrantes indocumentados ya están totalmente integrados a la dinámica social, económica, fiscal, educativa, cultural, laboral, etc., y que no regularizarlos sería como atentar contra la misma sociedad estadounidense que, según todas las encuestas, está en favor de una reforma migratoria.
Porque si de sacrificios se trata, los millones de indocumentados que llevan décadas viviendo y trabajando aquí conocen a la perfección el significado y el sentido de lo que es sacrificar todo en función de una nueva perspectiva de vida. Con su presencia y aportaciones, de hecho, ellos mismos dan una clase de historia contemporánea al resto de la población, sobre todo en momentos en que, no obstante el rechazo, siempre están dispuestos a contribuir con su experiencia y su conocimiento al desarrollo de una nación propia del siglo XXI en todo, menos en su sistema migratorio.
Así, es seguro que los indocumentados volverán a pasar la prueba del compromiso social combatiendo a ómicron o a cualquier otro virus, aunque su futuro migratorio siga pendiendo de un hilo. (America’s Voice)
Undocumented immigrants always on guard
BY DAVID TORRES
With no response yet to the future of the migration issue, but their gazes firmly fixed on personal and familiar priorities, undocumented immigrants are once again on guard. On top of that, they are feeding and keeping U.S. society alive, in the face of the eventuality of the new COVID-19 variant, Omicron, spreading.
Essentially, while the Senate legal advisor seems to be toying with her decision, keeping hundreds of thousands of families on edge with a verdict that has already gone against them twice—as if it were an exercise of power with impunity in the style of Ancient Rome and reduced to a thumb down—those millions of undocumented people are already aware of what they have to do to, once again, along with others: save a populace that still doesn’t look at them as one of their own.
Whether it’s the farm worker in California, Florida, or Georgia, or nursing staff in a hospital—among whose ranks are Dreamers and people with TPS—or the employees of a convenience store; or the food delivery driver who can’t hope for more at the moment for lack of documents, they will continue fighting against all odds in the terrible context of this pandemic, which seems interminable.
Those who have gotten sick due to their uninterrupted labor—and even died for this reason—have been part of the new U.S. social fabric and, as much as anti-immigrant groups want to render them invisible, their indispensable presence is already undeniable, their work force unwavering, and their voice more and more determinant.
And despite the fact that their expectations of obtaining the immigration benefit they were promised are, at this moment, honestly low, that’s not an excuse to not continue giving everything they have at the time the U.S. most needs it from them, especially when more than half of its population has decided to not vaccinate itself against COVID-19, putting those who are vaccinated at risk. In fact, this stage of the coronavirus evolution is being called, as we all know, “a pandemic of the unvaccinated.”
No one knows exactly what is missing in the consciousness of the Parliamentarian, or the U.S. political class—both Republicans and Democrats—or of the most recalcitrant racists in the nation, in order to realize that undocumented immigrants are already totally integrated in the social, economic, fiscal, educational, cultural, and working dynamic (et cetera, et cetera), and that not regularizing their status is an attack on the same U.S. society that, according to every poll, is in favor of immigration reform.
Because if it’s about sacrifice, the millions of undocumented immigrants who have spent decades living and working here know perfectly well what it means and feels like to sacrifice everything. With their presence and contributions, in fact, they themselves are teaching a lesson in modern history to the rest of the population, especially in moments when, despite their rejection, they are ready to contribute their experience and knowledge to the development of a very 21st century country—in every way but its immigration system.
Therefore, it’s certain that undocumented immigrants will continue to pass the social commitment test, combatting Omicron and any other virus, while their migration future is hanging in the balance. (America’s Voice)
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