Las eternas tragedias de los migrantes nos tocan de cerca a todos / The eternal tragedies of migrants touch us all, deeply
Por Maribel Hastings y David Torres | WASHINGTON, DC
La estremecedora imagen de un niñito de un año de edad al ser abandonado por un “coyote” en la frontera a un lado de la ribera del río es una de las recientes escenas que han saturado los medios de comunicación. Eso plasma la desesperación de migrantes de diversas partes del mundo por llegar a Estados Unidos, el país que consideran su salvación y la de sus familias. La desesperación es tal, que prefieren jugarse la vida una vez más, pues ya lo han hecho al cruzar mares, selvas y desiertos.
Es decir, la del migrante es una vida llena de vicisitudes de principio a fin, desde sus lugares de origen, los cuales abandonan por falta de oportunidades, hasta el sitio que les marca el límite de una frontera. Y entre esos dos puntos equidistantes, el factor de la muerte está siempre latente. Y aun así lo siguen arriesgando todo. Quienes se oponen a ellos, ya sea porque son antiinmigrantes, racistas o xenófobos, nunca entenderán que la historia de la humanidad es la historia de las migraciones. Y estas siempre han tenido el mismo detonador a lo largo de los siglos: la sobrevivencia.
Y esto nos toca de cerca a todos. Por ejemplo, hace unos días se informó que el cuerpo de una menor de 10 años de edad apareció flotando en el Río Bravo.
Y por si fuera poco, el lunes en la noche se desató un incendio en un centro de detención de migrantes en Ciudad Juárez, Chihuahua, que resultó en la muerte de al menos 39 de ellos, en su mayoría centro y sudamericanos que, aparentemente, según los reportes de prensa, estaban aguardando para ser deportados. Pero la crueldad no viene sola, pues se ha dado a conocer un video en que se ve a guardias de seguridad de ese centro de detención cerrar con llave las puertas, a pesar de que el conato de incendio iba en progreso. Independientemente del origen del fuego, nadie en su sano juicio deja bajo llave a seres humanos que corren un inminente peligro.
Según se aproxima el 11 de mayo, cuando finalice el Título 42, se han ido intensificando los intentos de migrantes por arribar a la frontera en busca de asilo, a pesar de los diversos mecanismos implementados por la administración de Joe Biden de persuadirlos para evitar que la franja se sature. Se les ha pedido, por ejemplo, que soliciten una cita mediante la aplicación CBP One, que aunque a muchos les ha funcionado, a otros no; e incluso unos 1,500 migrantes habrían salido en caravana desde el Sur de México porque no han podido obtener citas mediante la aplicación.
Otros ejemplos: migrantes cubanos han llegado a Florida en tablas de surfeo, en un ala delta con motor; hace unas semanas se registró un naufragio en las costas de San Diego, California, y dos migrantes murieron y más de 15 resultaron heridos hacinados en el vagón de un tren en Texas. Y esto sucede año con año, pero parece que las muertes de miles de seres humanos no han sensibilizado a una clase política que tiene en sus manos la solución con una reforma migratoria tanto tiempo esperada.
Cuando se suscitan estos hechos, siempre intenta buscarse a un culpable y se condena a los propios migrantes. A los padres, por ejemplo, por entregar sus hijos menores de edad a traficantes de humanos, o por subirlos a embarcaciones endebles para cruzar el estrecho de la Florida, el Mar Caribe; o cruzar la selva del Darién, o el desierto, en su afán por arribar a Estados Unidos.
Nos es difícil colocarnos en esos zapatos, pero nos es difícil también juzgar a otros sin entender el nivel de desesperación que debe sentir una madre o un padre para enviar a sus niños solos con un traficante de humanos, con tal de sacarlos de la miseria o de la violencia pandilleril que asfixia a sus comunidades. Otros dirán que ese “no es su problema”. Pero ese es un error de principios y de valores, porque nada nos debería ser ajeno cuando se trata de la tragedia de otros seres humanos. (America’s Voice)
The eternal tragedies of migrants touch us all, deeply
By Maribel Hastings and David Torres | Washington, DC
The shocking image of a little child, just one year old, abandoned by a “coyote” along the river bank, is one of the recent scenes that have saturated the media. It embodies the desperation of migrants from different parts of the world to arrive in the United States, a country they expect to be the salvation for them and their families. The desperation is such that they prefer to gamble with their lives more than once, having already crossed seas, forests, and deserts.
Basically, the life of the migrant is filled with vicissitudes from beginning to end, starting in their places of origins, which they have abandoned for lack of opportunities, to the site that marks the end of the border. And between those two equidistant points, the possibility of death is ever present. Still, they continue to risk it all. Those who oppose them, whether because they are anti-immigrant, racist, or xenophobic, never seem to understand that the history of humanity is the history of migration. And that those migrations have always had the same detonator throughout centuries: survival.
This touches us all, deeply. For example, a few days ago we learned that the body of a child less than 10 years old was found floating in the Río Bravo.
As if that was not enough, on Monday evening a fire broke out in a detention center for migrants in Ciudad Juárez, Chihuahua, resulting in the death of at least 39 people, mostly Central and South Americans who apparently, according to press reports, were waiting to be deported. But that is not the only cruelty, as a video has come to light in which security guards are seen locking the doors of this detention center, despite the fact that the fire was raging. Regardless of the fire’s origin, no one in their right mind would leave human beings who are in imminent danger locked up.
Other examples: Cuban migrants have arrived in Florida on surfboards and a motorized hang glider; some weeks ago, a shipwreck was reported off the coast of San Diego, CA; and two migrants died and more than 15 were injured crammed into a train car in Texas. This happens year after year, but it seems like the deaths of thousands of human beings have not sensitized a political class that has the solution in their hands—the long-awaited immigration reform.
When these events occur, we always try to look for someone to blame and condemn the migrants themselves. The parents, for example, for turning their young children over to human traffickers, or for putting them in unstable boats to cross the Florida straits or Caribbean sea; or to cross the Darién forest, or the desert, in their eagerness to reach the United States.
It is difficult to put ourselves in their shoes, but it is also difficult for us to judge others without understanding the level of desperation that a mother or father must feel in order to send their children alone with a human trafficker, whether to remove them from the poverty or gang violence that asphyxiates their communities. Others will say “it’s not our problem.” But that is an error of principles and values, because when it comes to the tragedies of other human beings, nothing should be considered out of our concern. (America’s Voice)
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