La propuesta falsa de Trump
por Maribel Hastings y David Torres
WASHINGTON, DC — ¿Es posible negociar con el diablo sin que en algún momento haya consecuencias nefastas?
La respuesta es no. Tarde o temprano nos quemaríamos, pues la maldad tiene un propósito específico, y cuando encarna en ámbitos y personas de poder, su dañina transparencia es tan evidente, que es mejor desenmascarar sus pretensiones desde el principio y, por supuesto, no pactar.
Eso, en sentido figurado, es lo que pasa al negociar con un presidente como Donald Trump, que cambia de postura arbitrariamente. Trump no es de fiar, como tampoco es de fiar su pretendido “arte de negociar”, pues precisamente debido a ello se ha ganado una ominosa reputación a nivel nacional e internacional y que ahora mismo lo tiene en capilla con la trama rusa, por ejemplo.
El sábado ofreció un alivio temporal, sin ninguna vía de legalización y mucho menos ciudadanía a una fracción de los Dreamers y beneficiarios del TPS —aproximadamente un millón de personas—, a cambio de los casi 6 mil millones de dólares para su muro fronterizo. El plan contiene además medidas nefastas que minan la posibilidad de los migrantes, sobre todo menores de edad, de solicitar asilo.
Esta medida es su condición para poner fin al cierre del gobierno que él mismo provocó precisamente por cambiar de opinión de manera arbitraria y decidir que no promulgaría el proyecto de ley que financiaba las agencias ahora cerradas, aunque le había asegurado al líder de la mayoría republicana del Senado, Mitch McConnell, que lo firmaría. Pero su burda “prestidigitación” política ya no funciona, como aquel mago al que se le descubre el truquito.
Es decir, lo ridículo de la propuesta es que Trump está ofreciendo devolver lo que ya canceló. Primero terminó DACA porque fue una orden ejecutiva girada por el presidente Barack Obama, y Trump se ha propuesto no dejar rastro de su predecesor. Luego canceló el TPS a quienes provienen de países que Trump considera “mierderos”.
El año pasado Trump rechazó una propuesta que le habría dado 25 mil millones de dólares para seguridad fronteriza, incluyendo el muro, si se proveía una vía de legalización para los Dreamers, pero no la aceptó porque la extrema derecha que lo apoya la tildó de “amnistía”. Su convenicencia personal, ya se sabe, está por encima de todo y de todos. Eso no es ser presidente en democracia.
Ahora está contra la pared por un cierre gubernamental del cual es responsable y por el que la mayoría de los estadounidenses lo culpan. Un cierre que provocó por una “crisis de seguridad” en la frontera que también se inventó. La única crisis que hay en la frontera es humanitaria creada con sus políticas de cero tolerancia, separación de niños de sus padres, detención masiva de menores y trabas para que migrantes que huyen de la violencia puedan solicitar asilo. Un funesto panorama que también será parte de la definición de su presidencia en los anales de la historia de los peores mandatarios de Estados Unidos.
Así, sigue usando a los inmigrantes como chivos expiatorios para no caer de la gracia de su prejuiciosa base y también los usa como fichas de cambio proponiendo soluciones temporales que no suponen garantía para los inmigrantes, sobre todo porque esa misma extrema derecha ya está tildando a estas medidas migratorias temporales como “amnistía”. Vaya giro del absurdo cotidiano en que se debaten las diferentes ramas de la intolerancia “trumpiana”.
Y mientras echa mano de todo tipo de medidas para arrinconar a los indocumentados, le dice vía Twitter a la presidenta de la Cámara Baja, Nancy Pelosi, que no habrá esfuerzos para remover del país a los 11 millones de indocumentados, aunque le advierte “que tenga cuidado”, como dando a entender que sí podría suceder. Usa, una vez más, la misma fórmula zigzagueante y poco confiable que no conduce sino hacia su propio terreno.
En la semana que se conmemora el natalicio del icónico líder de los derechos civiles, Martin Luther King, Jr., es lamentable ver cómo este presidente y sus habilitadores usan a los inmigrantes y a los sectores más desprotegidos a su antojo para impulsar su agenda de prejuicio y división. Mientras tanto, poco les importa jugar con las vidas de cientos de miles de empleados federales, al fin y al cabo ellos, con el poder político y económico en las manos, tienen todo resuelto.
La caótica presidencia de Trump es un triste recordatorio de que el prejuicio sigue latente y de que el Sueño de King, que costó vidas, lágrimas y privaciones de la libertad, todavía no se hace realidad.
Trump’s false proposal
WASHINGTON, DC — Is it possible to negotiate with the devil without at some point having dire consequences?
The answer is no. Sooner or later we would burn ourselves, because evil has a specific purpose, and when it embodies in spheres and people of power, its harmful transparency is so evident that it is better to unmask its pretensions from the beginning and, of course, not to agree.
That, in a figurative sense, is what happens when negotiating with a president like Donald Trump, who changes his position arbitrarily. Trump is not to be trusted, nor is his alleged “art of negotiation” to be trusted, as it is precisely because of this he has earned an ominous reputation both nationally and internationally.
On Saturday, Trump offered temporary relief, with no legalization and much less citizenship, to a fraction of Dreamers and TPS beneficiaries – approximately one million people – in exchange for the nearly 6 billion dollars for his border wall. The plan also contains harmful measures that undermine the possibility of migrants, especially minors, to request asylum.
This measure is his condition to end the closure of the government that he himself caused by changing his mind arbitrarily and deciding that he would not sign a bill to finance the now closed agencies, although he had assured the Republican leader of the Senate, Mitch McConnell, that he would sign it. But his crude political showmanship no longer works, like the magician whose trick is discovered.
The ridiculousness of the proposal is that Trump is offering to return what he has already canceled. First, DACA ended because it was an executive order issued by President Barack Obama, and Trump has proposed not to leave a trace of his predecessor. Then he canceled the TPS to those who come from countries that Trump considers “shitholes.”
Last year Trump rejected a proposal that would have given him 25 billion dollars for border security, including the wall, if a legalization path was provided for the Dreamers, but he did not accept it because the extreme right that supports him called it “amnesty.” His personal wishes, he believes, are above everything and everyone. That is not being president in a democracy.
Now he’s up against the wall for a government shutdown for which he is responsible and for which most Americans blame him. A closure caused by a “security crisis” on the border that was also invented. The only crisis on the border is humanitarian, created by his policies of zero tolerance, separation of children from their parents, mass detention of minors and obstacles so that migrants fleeing violence cannot request asylum. It is a dismal picture that will be part of the definition of his presidency in the annals of the history of the worst leaders of the United States.
Thus, he continues to use immigrants as scapegoats so as not to fall from the grace of his prejudiced base and also use them as bartering chips, proposing temporary solutions that do not guarantee anything to immigrants, especially since that same extreme right is already referring to these temporary immigration measures as “amnesty.”
And while he uses all kinds of measures to corner the undocumented, he tells House Speaker Nancy Pelosi, via Twitter, that there will be no effort to remove the 11 million undocumented immigrants from the country, although he cautions “be careful,” as if to imply that it could happen. Trump is using, once again, the same zigzagging and unreliable formula that leads only to its own terrain.
In the week that commemorates the birth of the iconic civil rights leader, Martin Luther King, Jr., it is unfortunate to see how this president and his supporters use immigrants and the most unprotected sectors at will to boost their agenda of prejudice and division. Meanwhile, they care little about playing with the lives of hundreds of thousands of federal employees.
The chaotic presidency of Trump is a sad reminder that prejudice is still latent and that King’s dream, which cost lives, tears and deprivations of freedom, still has not come true. (America’s Voice)