Featuredinternacional

La evolución de las elecciones presidenciales en México / The Evolution of Mexican Presidential Elections

Por William R. Wynn y personal de La Semana | TULSA OK

El 2 de junio, la ex alcaldesa de Ciudad de México Claudia Sheinbaum se enfrentará a la senadora Xóchitl Gálvez en unas elecciones históricas que, independientemente del resultado, darán lugar casi con toda seguridad a la primera mujer presidenta de México. Según las últimas encuestas, Sheinbaum aventaja a Gálvez en 20 puntos, mientras que el tercer candidato, Jorge Álvarez Máynez, va por detrás de ambas mujeres y aún no ha superado el 10%. Pero llegar a este punto ha sido un largo y complejo camino político para México. La Semana echa un vistazo a la historia de las elecciones presidenciales en una nación que aún lucha por convertirse en una democracia funcional.

Las elecciones presidenciales mexicanas han experimentado transformaciones significativas desde el inicio del país, evolucionando desde raíces autoritarias hasta un sistema democrático marcado por elecciones competitivas y observadas internacionalmente.

La historia de las elecciones presidenciales mexicanas se remonta a principios del siglo XIX, tras la independencia del país de España en 1821. Al principio, el panorama político estaba dominado por los líderes militares y la élite, con escasa participación de la población en general. Las primeras elecciones presidenciales de 1824, en las que Guadalupe Victoria se convirtió en el primer presidente, sentaron las bases para una serie de tumultuosos cambios de liderazgo caracterizados por golpes de estado más que por transiciones democráticas.

Durante la era de Porfirio Díaz, de 1876 a 1911, conocida como “Porfiriato”, las elecciones se vieron empañadas por la manipulación y la corrupción, y Díaz mantuvo el poder mediante elecciones controladas y la supresión de la oposición. La Revolución Mexicana (1910-1920) puso en tela de juicio esta dictadura, dando lugar al establecimiento de una nueva constitución en 1917 que, entre otras reformas, pretendía democratizar el proceso electoral.

Sin embargo, los avances democráticos reales en las elecciones presidenciales fueron lentos. Tras la revolución, en 1929 se formó el Partido Revolucionario Institucional (PRI) con otro nombre, que mantuvo un férreo control de la presidencia durante los 70 años siguientes mediante una mezcla de clientelismo, fraude electoral y coacción política, convirtiendo a México en un Estado unipartidista.

No fue hasta finales del siglo XX cuando empezaron a gestarse reformas electorales significativas. Las elecciones de 1988 supusieron un punto de inflexión, a pesar de las acusaciones de fraude electoral generalizado. El descontento con la gestión electoral del PRI condujo a importantes reformas electorales, incluida la creación del Instituto Federal Electoral en 1990, un organismo independiente encargado de supervisar las elecciones en México, que más tarde se convertiría en el Instituto Nacional Electoral (INE).

Las reformas acabaron dando sus frutos en 2000, cuando Vicente Fox, del Partido de Acción Nacional (PAN), ganó la presidencia, poniendo fin a 71 años de reinado del PRI. Estas elecciones fueron aclamadas como un hito para la democracia en México, demostrando la eficacia de las reformas electorales y la maduración de las instituciones políticas mexicanas.

Desde entonces, las elecciones presidenciales mexicanas se han caracterizado por una vigorosa competencia multipartidista y una creciente participación de los votantes. Las elecciones de 2006 y 2012, ganadas por Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto respectivamente, fueron estrechamente disputadas y demostraron los desafíos actuales del país con temas como la compra de votos y las polémicas batallas legales postelectorales.

En 2018, Andrés Manuel López Obrador (comúnmente conocido como AMLO) del Movimiento Regeneración Nacional (MORENA), partido que fundó en 2014, ganó la presidencia con más del 53% de los votos en unas elecciones consideradas por los observadores como ampliamente libres y justas. Su victoria fue significativa para romper el duopolio de larga data del PRI y el PAN y se vio como un cambio hacia un gobierno más de izquierda en México.

La evolución del sistema electoral mexicano desde su pasado autoritario hasta sus actuales prácticas democráticas pone de relieve un cambio gradual pero significativo hacia una mayor integridad y democracia electorales. Cada elección no sólo decide el futuro inmediato del país, sino que también sirve como reflejo de lo lejos que ha llegado la democracia mexicana y de los retos que tiene por delante.

The Evolution of Mexican Presidential Elections

By William R. Wynn and La Semana staff | TULSA OK

On June 2, former Mexico City Mayor Claudia Sheinbaum will face Senator Xóchitl Gálvez in an historic election that, regardless of the outcome, will almost certainly result in Mexico’s first  woman president. Recent polling shows Sheinbaum with a comfortable 20-point lead over Gálvez, and the third candidate – Jorge Álvarez Máynez – trails both women and has yet to break 10%. But getting to this point has been a long and complex political journey for Mexico. La Semana takes a look at the history of presidential elections in a nation that still struggles with becoming a functioning democracy.

Mexican presidential elections have undergone significant transformations since the country’s inception, evolving from authoritarian roots to a democratic system marked by competitive and internationally observed elections.

The history of Mexican presidential elections can be traced back to the early 19th century following the country’s independence from Spain in 1821. Initially, the political landscape was dominated by military leaders and the elite, with little input from the general populace. The first presidential election in 1824, which led to Guadalupe Victoria becoming the first president, set the stage for a series of tumultuous leadership changes characterized by coups rather than democratic transitions.

During the era of Porfirio Díaz from 1876 to 1911, known as “Porfiriato,” elections were marred by manipulation and corruption, with Díaz maintaining power through controlled elections and suppression of opposition. The Mexican Revolution (1910-1920) challenged this dictatorship, leading to the establishment of a new constitution in 1917 which, among other reforms, aimed at democratizing the electoral process.

However, real democratic progress in presidential elections was slow. Following the revolution, the Institutional Revolutionary Party (PRI) was formed in 1929 under a different name, and it maintained an iron grip on the presidency for the next 70 years through a mix of patronage, electoral fraud, and political coercion, essentially making Mexico a one-party state.

It wasn’t until the late 20th century that significant electoral reforms began to take shape. The 1988 election was a turning point, despite allegations of widespread electoral fraud. The dissatisfaction with the PRI’s handling of the election led to major electoral reforms, including the creation of the Federal Electoral Institute in 1990, an independent body tasked with overseeing elections in Mexico, which later became the National Electoral Institute (INE).

The reforms eventually bore fruit in 2000, when Vicente Fox of the National Action Party (PAN) won the presidency, ending the PRI’s 71-year reign. This election was hailed as a milestone for democracy in Mexico, demonstrating the effectiveness of the electoral reforms and the maturation of Mexico’s political institutions.

Since then, Mexican presidential elections have been characterized by vigorous multi-party competition and increasing voter participation. The 2006 and 2012 elections, won by Felipe Calderón and Enrique Peña Nieto respectively, were closely contested and demonstrated the country’s ongoing challenges with issues like vote-buying and contentious post-election legal battles.

In 2018, Andrés Manuel López Obrador (commonly known as AMLO) from the National Regeneration Movement (MORENA), a party he founded in 2014, won the presidency with over 53% of the vote in an election considered by observers as largely free and fair. His victory was significant for breaking the long-standing duopoly of the PRI and PAN and was seen as a shift towards a more left-leaning government in Mexico.

The evolution of the Mexican electoral system from its authoritarian past to its current democratic practices highlights a gradual but significant shift towards greater electoral integrity and democracy. Each election not only decides the immediate future of the country but also serves as a reflection of how far Mexican democracy has come and the challenges that lie ahead.